Jardines míticos

Impreso el 17 de abril de 2024 Impresión

Sin ubicación geográfica

Los orígenes de las creaciones míticas sobre el jardín hay que buscarlos en una época de la existencia de la humanidad anterior a las glaciaciones, en la que el hombre vivía plácidamente en medio de la naturaleza. Se trata de una especie de paraíso natural, del que se siente expulsado, cuando llegan las glaciaciones. Cuando esta etapa finaliza, llega la agricultura, el hombre tiene que trabajar la tierra, se hace sedentario, construye ciudades y aparece la guerra, que se utiliza no solo para defender las posesiones sino también como fórmula de expansión y de enriquecimiento sobre otros pueblos.

Es en esta época, cuando el hombre asocia el paraíso con esa naturaleza abundante, atribuyéndose su creación y su pérdida a una intervención divina. Una divinidad que no está considerada como una entidad concreta y universal sino que existe una especie de panteísmo natural, donde cada elemento de la naturaleza –agua, viento, tierra sol,luna- debe su existencia y protección a una divinidad. Es también en esta época o estadío cultural, cuando los pueblos desarrollados de oriente y occidente llevan a cabo la creación literaria de ese Paraíso Perdido.

Nosotros nos vamos a ocupar aquí de analizar tres de estos jardines míticos: los jardines de la Biblia, los jardines clásicos y los jardines del Corán. El conocimiento de estos jardines míticos es muy importante porque, en mayor o menor medida, todos los jardines creados a lo largo de la historia de la humanidad han tratado de recrear estos jardines.

JARDINES DE LA BIBLIA

El jardín es omnipresente en la Biblia. En él se desarrollan numerosos episodios del Antiguo Testamento: David encuentra a Betsabé; el esposo encuentra a su bien amada en el Cantar de los Cantares; Susana es observada por los viejos. Su presencia es menos frecuente, pero también esta presente en el Nuevo Testamento. Cristo es tomado preso en el Hurto de los Olivos, sufre su agonía en Getsemaní, y María Magdalena lo ve resucitado en un huerto. Si embargo los dos jardines principales de la Biblia, en los que se van a inspirar luego numerosos jardines, son dos: el Jardín del Edén, donde comienza la historia humana, y el Jardín del Paraíso, donde finalizará esa historia, que San Agustín señala como La Ciudad de Dios.

El Jardín del Edén ha sido plantado por Dios para procurar a Adán y a Eva todos sus placeres. Es un paraíso terrestre situado en Oriente, bañado por un río, que se divide en cuatro brazos: Phisón, Geón, Tigris y Eufrates. En el centro de este lugar se encuentra el árbol de la vida, que convierte en inmortal al que come de sus frutos, y el árbol de la ciencia del bien y del mal, llamado así porque su fruto fue el instrumento de la tentación de Eva. Después de la caída nuestros primeros padres fueron expulsados. Ellos conocieron la vergüenza, las penurias del trabajo, la enfermedad y la muerte. Un querubín con la espada encendida prohíbe la entrada a este Paraíso Perdido, que se sitúa, según las épocas, en la India, en Armenia o en el actual Irak.

El texto sobre el Edén, que aparece en el Génesis es el siguiente:

Plantó después Yavé Dios un jardín en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. Hizo Yavé Dios germinar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y apetitosos para comer, además del árbol de la vida, en medio del jardín, y del árbol de la ciencia del bien y del mal. Un río salía de Edén para regar el jardín, y de allí se dividía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón, y es el que rodea toda la tierra de Evila, donde hay oro; el oro de este país es puro; en él hay también bedelio y ágata. El segundo, de nombre Guijón, circunda toda la tierra de Cus. El altercero, de nombre Tigris, discurre a oriente de Asiria. El cuarto es el Eufrates. Tomó, pues, Yavé Dios al hombre y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo guardase. Y dio al hombre este mandato: Puedes comer de todos los árboles del jardín; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás en modo alguno, porque, el día en que comieres, ciertamente morirás.

Convertido en inaccesible, permanece como símbolo ambivalente hasta que llegue la redención. Así la cruz de Cristo es el árbol de la vida, donde Cristo es el fruto dado en alimento a los cristianos, y también el árbol de la ciencia, pues la revelación evangélica daba a cada uno la posibilidad de Salvación. Al final de la vida de cada uno y de la historia de la humanidad hay otro jardín, el Jardín del Paraíso Celestial que recibirá las almas de los elegidos, que gozarán del descanso, de la luz y de todos los placeres. En este lugar plano o escalonado, que se refiere a la escalas del Paraíso, fluye la leche y la miel, y los árboles están llenos de fruto. Las almas se comunican allí con Dios durante la vida eterna.

Los placeres paradisíacos fueron concebidos durante mucho tiempo como materiales, pero también como espirituales. El Paraíso Celeste reproduce en abstracto el Jardín del Edén. Paraíso Terrestre o Celeste, Jardín de David o de Susana, todos los jardines bíblicos comprenden los mismos elementos claves:

  • La valla: arpillera, empalizada o recinto amurallado, que separa el jardín del campo, la naturaleza salvaje de la naturaleza cultivada, el orden del caos.
  • La fuente: tiene por origen los ríos del Paraíso y se sitúa a menudo en el centro del jardín ideal. Es redondo o cuadrado, porque son formas perfectas. Agua pura que brota, que se opone a las aguas dormidas del pecado y que fertiliza el suelo. Se asimila a la gracia de Dios, a las virtudes cristianas e incluso a la sangre de Cristo. La fuente toma entonces la forma de un copón o de un lagar místico.
  • El prado: es un césped de forma regular, sembrado con flores y embellecido con plantas, cenadores y pérgolas. Regocijo tanto para la vista como para el olfato, se convierte en una selección del legado de la botánica antigua, y son símbolos de virtudes. Los árboles forman el huerto. El ciprés es símbolo de la paz y el olivo de la misericordia. Abiertos al cielo, estas especies ideales eran frecuentadas por palomas y ciervos.

UBICACIÓN DEL PARAÍSO

Muchas han sido las teorías sobre la ubicación del Paraíso Terrenal, desde las que lo suponen ubicado en oriente –Irak y la India principalmente- hasta las que lo llevan a occidente, basándose en textos que hablaban del Jardín de las Hespérides y de las islas afortunadas. Esta occidentalización va a persistir e incluso va a aumentar tras el descubrimiento de América, abundando los autores que identifican las nuevas tierras descubiertas con el Paraíso perdido, tanto por su clima excelente como por la abundancia de frutas. Es a partir del siglo IV cuando s empieza a admitir que el Paraíso no es sólo una idea trascendente o alegórica, sino que existe realmente.

Un poema latino De ave phoenix , atribuido a Lactancio, que murió poco después del año 317 de nuestra era, ubica el Paraíso en oriente, en un recinto bendito y recóndito:

La planicie se extiende en todas direcciones sin que la interrumpa ni un otero ni un vallado, aunque su altura sobrepasa en dos veces seis brazadas la altura de nuestras montañas. Aquí se observa la selva solar: un bosque cerrado donde los verdes árboles tienen la gloria del follaje perenne. Cuando el cielo se abrasaba con el fuego de Faetón, el lugar se conservó indemne a las llamas. Y cuando el Diluvio inundó el mundo entero, él emergía de las aguas del Deucalión. No conoce la peste sombría ni la achacosa vejez, ni el miedo mordaz. No abriga el crimen inicuo, la sed insana, la andrajosa miseria, el hambre acuciante. Las tempestades no rabian, no se enfurece la horrible violencia de los vendavales, ni el tiritante rocío cubre la tierra con sus gotas gélidas. Del centro del jardín brota una límpida fuente serena, de dulces aguas, a la cual los hombres dan el nombre de fuente de la vida…

El poeta hispano romano Prudencio en su obra Cathemerinon, que es posterior, alude a un sitio verdeante y ameno, regado por un río que luego se cuadriplica –los cuatro ríos del Edén- entre vegas multicolores y frondosos bosques, de los que se desprende la fragancia de una primavera eterna.

Dos siglos más tarde San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías describe el Paraíso como un

huerto de delicias, abundante en árboles y frutos de todas clases, comenzando por el lignum vitae. Lo que predomina, como en las Islas afortunadas, es la perenne primavera, pues allí no se conocen ni el frío ni el calor, sino una constante templanza del aire.

Estos esquemas se repetirán hasta la saciedad en numerosos autores a lo largo de la Edad Media. Como ejemplo podemos citar a Hugo de San Víctor:

El Paraíso es un sitio del oriente, plantado de toda especie de esencias y plantas frutales. En él está el árbol de la vida. No conoce el calor ni el frío, sino una temperatura constantemente amena. Hay allí una fuente de la cual salen cuatro ríos. En griego se llama Paraíso, Edén en hebreo, palabra ésta que en nuestra lengua quiere decir Jardín de las Delicias.

Otras versiones de finales de la Edad Media sitúan el Paraíso en occidente. Así la leyenda sobre la Navegación de San Brandán lo sitúa en una isla en medio del océano, llegando a ser ubicado de manera concreta en algunos mapas de la época. Esta isla a veces se convierte en un archipiélago, de la que forma parte la Isla de Brasil o Bracile, relacionándose con una antigua tradición céltica. Con posterioridad este nombre aparecerá en mapas asociados al escudo de Portugal, indicando el lugar del actual Brasil.

Con el descubrimiento de América, sus descubridores relacionaron las nuevas tierras con esas descripciones basadas en las tradiciones escritas medievales. Así no sólo Colón sino también otros cronistas de la conquista, al describir a las Indias, se valieron de las palabras de Ovidio sobre la Edad de Oro. En la Carta que escribe al Papa en 1502 dice Creí y creo aquello que creyeron y creen todos los santos y sabios teólogos que allí, en la comarca, es el Paraíso Terrenal. Algunos de los animales americanos como el papagayo se asocian con el Paraíso y es frecuente verlo en cuadros con representaciones edénicas: en el El Pecado Original y en el El Paraíso Terrestre de Rubens, y en otro con el mismo tema de Jan Brueghel el viejo aparece un papagayo como alusión clara al continente americano.

Cuando Colón llega a las Antillas se encuentra con un paisaje, que en seguida relaciona con las imágenes bíblicas, que son confirmadas por los cosmógrafos más acreditados de la época. En Haití encuentra ríos cuajados de oro, que parecen copias del Pisón, uno de los cuatro ríos del Paraíso. Son tierras de fertilidad inaudita, con árboles de copas altísimas, cargados de sabrosos y fragantes frutos. La eterna primavera se ve engalanada por la alegría de los pájaros de mil colores. El historiador sueco Sverder Arnoldson, conocedor de la historiografía del periodo colonial, al hablar de los habitantes de Cuba en su obra aparecida en 1500 dice

Viven en una edad de oro, no rodean sus propiedades con fosos, muros o tapias. Habitan huertas abiertas, sin leyes, sin libros, sin jueces, y siguen naturalmente el bien. Y tiene por odioso a aquel que se complace en practicar el mal, sea contra quien fuese.

Francisco Hernández en sus Antigüedades de la Nueva España, escrita a finales del siglo XVI dice que todo lo producía espontáneamente la tierra. El mestizo peruano Felipe Huamán Poma de Ayala subdivide la historia humana en cuatro edades distintas: la del oro, la de plata, la del cobre y la del hierro. Cada una es menos civilizada y menos feliz que la anterior, recordando claramente a Ovidio. Américo Vespucio en la Carta Bartolozzi, escrita en 1502 reproduce casi todos los lugares comunes de las descripciones medievales del huerto deleitoso:

Tierra amena, de árboles infinitos y muy grandes que no pierden hojas, aromáticos, cargados de sabrosos frutos, y saludables para el cuerpo; campos de mucha hierba, llenos de flores, que maravillan por su olor delicioso; inmensa copia de pájaros de varias castas, con sus plumajes, colores y cantares, que desafían cualquier descripción…

El descubrimiento y colonización de la Florida estuvieron relacionados con la búsqueda de la eterna juventud. Lo mismo sucedería con otros mitos que, inspirados en tema paradisíacos de riquezas y abundancias, llevarían al descubrimiento de nuevas tierras. Uno de los mitos más buscados fue el del Dorado. En principio fue buscado en Nueva Granada, y después en la Guayana, en Omagua, etc. Aparece registrado en algunos mapas y citado por escritores como fray Vicente de Salvado con el nombre de Dorado o Laguna Dorada. Se trata de un lugar impreciso, descrito por los indios, donde había minas abundantes de oro y donde los hombres vivían muchos años.

JARDINES DEL MUNDO CLÁSICO

En la cultura clásica son numerosos los autores que describen ese Paraíso Terrenal, en el que el hombre vivía feliz, sin trabajar, de lo que le daba la naturaleza, en un clima templado, y rodeado de animales dóciles.

  1. La imagen más difundida y aceptada es la que da Ovidio en el libro primero de Las Metamorfosis de los dioses, la obra más editada a lo largo de la historia después de la Biblia:

    El ciudadano tenía asegurada una existencia dulce y tranquila. La tierra, sin necesidad de que el arado la rompiese, daba toda suerte de frutos. Todo el año era primavera. Céfiros y rosas pugnaban ante los ojos; y se sucedían las estaciones sin sembrar y sin trabajar. Se deslizaba un río divino de leche y de néctar y en los troncos de los árboles se recogían panales de miel.

  2. Por otro lado Virgilio Marón en su obra Bucólicas y Geórgicas narra una serie de situaciones en las que los dioses, los seres fantásticos, los hombres y los animales viven felizmente en medio de la naturaleza. Se trata de un mundo bucólico y pastoril, que se propone como modelo de vida frente al artificioso y falso mundo urbano, y donde actúan los dioses protectores de la naturaleza.
  3. Otros mitos clásicos sobre el Paraíso son los siguientes: El Jardín de las Hespérides, Los Campos Elíseos y el Jardín de Alcinoo.

El Jardín de las Hespérides

Para los griegos el lejano occidente era la morada de la noche. Allí colocaron a las Hespérides, hijas de la noche, que al otro lado del ilustre océano cuidan de las bellas manzanas de oro y de los árboles que producen el fruto. Ese era el país, a cuya entrada o enfrente del cual Atlas sostenía el vasto cielo. El origen de este mito se remonta al siglo XV a.C. y se encuentra en las bodas de Zeus y de Hera. Con tal motivo todos los diose hicieron regalos a los reyes del Olimpo.

Gea, la Tierra, entregó unas manzanas de oro a Hera, como regalo de boda, y encomendó su vigilancia a las tres Hespérides, hijas de Atlas y de la estrella vespertina. Estas manzanas de oro tenían propiedades milagrosas y se han identificado con tres cítricos: cidros, limones y naranjas. Cada una de las Hespérides custodiaba uno de estos tres árboles. Egle el cidro, Aretusa el limón y Espertusa la naranja. Se trataba, por lo tanto de un jardín mediterráneo. Según una opinión común, Aretusa era la isla de Cádiz, donde Hércules mató a Gerión. Así pues, este jardín está relacionado con Andalucía, proviniendo de él uno de los nombres más antiguos de la península Ibérica, Hesperia, que significa el país del poniente.

Según el mito, por el césped del vergel corrían arroyos de ambrosía, el alimento que hacía inmortales a los dioses. Por eso Hércules peregrina hasta este jardín, donde un dragón o serpiente gigantesca custodia su entrada. Hércules para no profanar el jardín, por consejo de Prometeo, no entró en el jardín para coger las manzanas, sino que sostuvo el mundo, para que fuera Atlas el que las cogiera.

Los Campos Elíseos

Como otros jardines míticos,los Campos Elíseos son jardines ideales y también jardines reales, situados por los escritores de la Antigüedad en lugares concretos. Por un lado es el lugar a donde van a parar los bienaventurados después de morir. J.Humbert los describe así:

Unas frondas de perenne verdor, la brisa embalsamada del Céfiro, praderas esmaltadas de flores embellecían esta afortunada región…El Leteo serpenteaba con suave murmullo,una tierra fecunda rendía al año doble o triple cosecha y ofrecía, a su debido tiempo, flores y frutos.

Algunos autores sitúan los Campos Elíseos en Andalucía. Concretamente Eurípides dice que se hallaban donde Atlas sostiene el cielo. Algunas descripciones de Andalucía coinciden con esta visión paradisíaca. Así describe Andalucía Fenelón en El Espiritu de Telémaco:

Os haré con mucho gusto…la pintura del famoso país de la Bética, digno de vuestra curiosidad y superior a todo cuanto de él publica la fama. El río Betis corre por un país fértil y bajo un cielo siempre sereno. El país ha tomado el nombre del río, el cual desagua en el grande océano, muy cerca de las columnas de Hércules y del Estrecho donde el mar furioso, rompiendo sus diques, separa el Tarsis de la grande África. Este país parece que ha conservado las delicias de la Edad de Oro. El invierno es allí benigno y jamás soplan los rigurosos Aquilones. El ardor del estío es siempre templado por los frescos Céfiros , que vienen al mediodía a dulcificar el are. Así todo el año allí es un perpetuo maridaje entre primavera y otoño que parece se dan la mano. La tierra lleva cada año dos cosechas en los valles y campiñas unidas. Los caminos están guarnecidos de jazmines, laureles, granados y otros árboles siempre verdes y floridos. Homero también se refiere a los Campos Elíseos en la Odisea: están al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamantis. Allí los hombres viven dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo para dar a los hombres más frescura.

El Jardín de Alcinoo

Homero en la Odisea describe este jardín, perteneciente al rey de los Feacios. Se trata de un jardín-huerto:

Junto al patio del palacio de Alcinoo hay un gran jardín de cuatro yugadas, y alrededor del mismo se extiende un seto por entrambos lados. Allí han crecido grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de espléndidos pomos, dulces higueras, verdes olivos. Los frutos de estos árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano; son perennes, y el Céfiro, soplando constantemente, a un mismo tiempo produce unos y madura otros. La pera envejece sobre la pera, la manzana sobre la manzana, la uva sobre la uva, y el higo sobre el higo. Allí han plantado una viña muy fructífera y parte de sus uvas se secan al sol en un lugar abrigado y llano, a otras las vendimian, a otras las pisan, y están delante las verdes, que dejan caer la flor, y las que empiezan a negrear. Allí en el fondo del huerto crecían liños de legumbres de toda clase, simpre lozanas. Hay en él dos fuentes: una corre por todo el huerto; la otra va hacia la excelsa morada y sale debajo del umbral, a donde acuden por agua los ciudadanos.

JARDINES DEL CORÁN

El Corán, libro sagrado de los musulmanes, describe un jardín, al que van a parar las almas de los bienaventurados. Se trata de un lugar edénico y paradisíaco en el que hay ríos, jardines deliciosos, gratas umbrías, lleno de frutos, donde los bienaventurados verán a Alá, comerán frutos, descansarán acostados y beberán néctar cristalino y delicioso en un cáliz, acompañados de doncellas de casta mirada. En El Corán pueden leerse numerosas citas, en las que se describe este Paraíso, cuya influencia sobre el Jardín Musulmán hay sido muy importante a lo largo de la historia.

Referencias

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  • Centre de l'enluminure et de l'image médiévale (1995) Jardins du Moyen-Âge. Leopard d'Or, París.
  • Errandonea Alzuguren, Juan (1985) Edén y Paraíso. Marova, Madrid.
  • Paredes Grosso, José Manuel (1985) El Jardín de las Hespérides. Autor Editor 3, Madrid.
  • Prest, John (1988) The Garden of Eden. The botanic garden and the re-creation of Paradise. Yale University Press, New Haven y Londres.
  • Schinz, Marina (1985) Visions of Paradise: Themes and Variations on the Garden. Thames & Hudson Ltd, Nueva York.
  • Segura Munguía, Santiago (2005) Los jardines en la Antigüedad. Universidad de Deusto, Bilbao.
  • Thompson, Margaret H. (recopilad.) (1984) El jardín simbólico. Texto extraído de Clarkianus XI. Ediciones de la Tradición Unánime, Barcelona.
  • Zuylen, Gabrielle van (1996) Il giardino. Paradiso del mondo (Storia e civiltà). Electa Gallimard, Trieste.

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